viernes, 6 de junio de 2003

La decadencia del voto

El apartado primero del artículo 23 de nuestra Constitución dice que “los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos directamente o por medio de representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal”.

Ante las limitaciones de todo tipo para participar en los asuntos públicos de muchos de nosotros, ejercer el derecho al voto es el único modo de intervenir en esas materias públicas. Así, la acción de votar se concibió como uno de los paradigmas de la democracia.

Pero desde los orígenes griegos de este igualitario sistema para adoptar las decisiones, perfeccionado durante 20 siglos de revoluciones y grandes pensadores, parece que a principios del siglo XXI el concepto de votar haya degenerado hasta fines insospechados. En una sociedad dominada por el dinero, entregada a la comodidad y desalojada de toda inquietud ideológica y en la que solo prima el consumismo, hasta el derecho al voto se ha desvirtuado.

Otrora ese derecho de los ciudadanos se reservaba para la adopción de decisiones transcendentes, ahora, su importancia se diluye en nimiedades. Se nos invita a votar en tantas situaciones que tal vez ya seamos incapaces de discernir unas de otras. Se vota para expulsar a no se quien de no se que isla, hotel, casa o academia. Se vota para elegir tal o cual canción del verano. Se vota para... Tanta votación te obnubila, y cuando llegan las elecciones serias, uno no sabe si vota para que Aznar o Zapatero se queden en su casa, se vayan a un hotel, vuelvan a la academia o se pierdan en una isla... A ellos les da igual, mientras les voten.

El problema es que esta devaluación del sufragio la promueven los mismos poderes públicos. Recientemente Correos celebró elecciones sindicales. La empresa decidió poner mesas únicas en algunas provincias. Eso dificultaba el derecho al voto, pues algunos electores debían desplazarse 100 kilómetros para votar y no se les facilitara ningún medio de transporte. Podían votar por correo, pero bueno, todos tenemos derecho a dudar de ese sistema y hacerlo personalmente. El caso es que alguien reivindicó su derecho a votar personalmente y a que se le facilitara ese derecho. Correos hizo caso omiso, y esa persona decidió ejercerlo por sus propios medios: recorrió a pie los 60 kilómetros que separaban su puesto de trabajo del lugar donde se ubicó la urna. Tardó más de siete horas, y otro tanto para volver, perdiendo dos días de trabajo. Ahora Correos tal vez tome represalias contra él por haber ejercido su derecho al sufragio personal. Este voto le puede salir caro, pero sin embargo puede emitir un decadente voto en “Gran Hermano” a través de SMS y por el módico precio de 0,45 euros, o algo así.