martes, 23 de septiembre de 2003

Ardua longevidad

El precio de la vivienda subió en España más del 80 por ciento durante el último quinquenio según diversos estudios de entidades financieras e inmobiliarias. En el mismo período los salarios apenas aumentaron una media del 15 por ciento; excepto los de los funcionarios cuyo incremento se quedó en el 10 por ciento. España va bien.

Los precios de las viviendas y los excepcionales sueldos de los españoles obligan a que las familias de este país deban destinar cerca del 45 por ciento de sus ingresos al pago de los préstamos hipotecarios. Eso a pesar de los bajos tipos de interés y de los interminables plazos de las hipotecas. La cifra es del 60 por ciento en Barcelona, la primera del mundo de ese ranking, y está muy por encima del 25 por ciento de sus salarios que destinan los ciudadanos franceses, holandeses o belgas al pago de la vivienda. En Nueva York gastan el 24 por ciento del sueldo en pagar una vivienda cuyo tamaño duplica la media de las de Madrid.

La brutal diferencia no es porque la vivienda sea más cara, sino porque los sueldos son mucho más bajos, a pesar de que dicen que trabajamos más horas. España va cada vez mejor.

Ante la imposibilidad de sobrevivir dignamente con la parte del sueldo que nos queda una vez que la correspondiente entidad bancaria nos ha sustraído la parte de la hipoteca, nuestra única arma es lograr que sus plazos se prolonguen en el tiempo lo más posible.

Así, el español medio nace, estudia hasta los 23 años y sigue holgando es casa de sus padres hasta casi los treinta. Después, encuentra trabajo, se casa; o ambas cosas. Mientras se decide a independizarse supera la treintena. Es entonces cuando firma una hipoteca que arrastrará hasta ser sexagenario. Los hijos y demás lances de la vida acabarán con el resto de su dinero. Jubilado y achacoso le queda disfrutar de los viajes del INSERSO y de la pensión de la Seguridad Social (si es que aún existen cuando le llegue a la edad).

Al menos otras estadísticas son consoladoras. Las españolas viven una media de 81,4 años y los españoles 75,3 años. Ambos están por encima de la media europea. Pero tal vez sea mucho más importante la calidad de los años que se viven que la cantidad.

Cuenta el sucedido que, en cierta ocasión, un galeno, velando por la salud del paciente, le prohibió beber, fumar y mantener relaciones sexuales. El paciente, consternado, preguntó al médico si de ese modo viviría más. “No -replicó el doctor-, pero se le hará más largo”. Si este país continúa yendo tan bien, es probable que nuestra longevidad roce la inmortalidad en cuanto a lo largo que se nos hará; eso sí, siempre aderezada con letras hipotecarias