martes, 29 de julio de 2003

Sorprendentes semejantes

El hombre; ese animal bípedo, petulante, cruel y engreído que se cree superior a todos los demás por ser capaz de destruir cuanto le rodea sin motivo alguno o en nombre de algo llamado civilización; no es tan diferente a otros seres vivos.

Aunque juega a tener el poder del dios que, supuestamente, le creo a su imagen y semejanza y, por ello, ordenar el mundo a su antojo, no deja de ser un mono desnudo que descendió del árbol y utilizó herramientas para facilitar su vida. Lejos de encontrarnos en esa escala superior, a menudo sólo somos capaces de asemejarnos a supuestos seres inferiores.

Dicen que es habitual que las mascotas de los hombres se acaben pareciendo a ellos. Cientos de fotos humorísticas lo reflejan. Lo que no es tan claro es quien sufre la metamorfosis. ¿La mascota se asemeja al hombre, o el hombre acaba pareciéndose a la mascota?.

Aparte de las apariencias físicas, es innegable que nuestro comportamiento es similar al de otros animales. Así, algunos hombres se comportan (nos comportamos), como aves carroñeras que buscan restos para alimentarse; otros son (somos) devoradores que persiguen a sus piezas hasta aniquilarlas cruelmente; otros parecen (parecemos) pusilánimes avestruces que escondemos la cabeza ante la realidad que no nos gusta,... Hay cientos de ejemplos que nos acercan, más de lo que pensamos, a los animales inferiores a los que despreciamos.

Pero si las apreciaciones sobre el comportamiento o la apariencia física no son argumentos suficientes para aceptar que más que soberbios dioses somos insignificantes animales, tomemos a la todopoderosa ciencia como argumento. Los estudios sobre implantaciones de órganos dicen que los órganos de los cerdos son los que más se asemejan a los de los humanos. El motivo es su tamaño y su similitud, aunque también es innegable que en cuanto a apariencia y comportamiento muchos hombres parecen (parecemos) auténticos cerdos.

Las avanzadas tecnologías sobre los genomas también frustran nuestros ansias de superioridad: el genoma humano coincide en un 90 por ciento con el de otros animales como el ratón, y no difieren mucho más del de los gusanos o las moscas. En el caso del simio la semejanza en el genoma supera con creces el 90 por ciento. Son semejanzas crueles y sorprendentes, y que incluso nos dejan bajo esos a quienes consideramos inferiores. Ya lo decía el filosofo francés J. Baudrillard: “El hombre ha perdido el talento básico de los simios, la habilidad para rascarse la espalda. Lo cual le proporcionaba una independencia extraordinaria y la libertad de asociarse por algo que no sea la necesidad de rascarse la espalda mutuamente”.

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